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lunes, 29 de noviembre de 2010

Perú, ¿País Moderno?

Esta entrada, decidí publicar un artículo escrito por mi amiga Claudia De la Rosa Hernández, el cual habla de una forma rápida e interesante, del problema de ver la modernidad como un "avance técnico" dejando de lado el "avance íntegro" del ser humano:

La idea de la modernidad aparece como un asunto de discusión política e ideológica. El término modernidad alude a actualidad -innovación-, aunque las primeras noticias conocidas sobre el uso de la palabra latina “moderni” ocurren en el ámbito académico. Se aplicaba a los clérigos encargados de las escuelas catedralicias y posteriormente a los escolásticos de la universidad, a quienes se les identificaba por su inclinación intelectual a los clásicos de la Antigüedad. Podemos situar el asunto a mediados del siglo XII, mucho antes de lo que ahora conocemos como Edad Moderna.

De alguna forma, esta ironía traza una línea sobre la necesidad de renovar las ideas volviendo a las raíces del pensamiento. Modernidad, en último término, sería revitalizar el mundo, más allá de la dimensión racional humana o del ideal romántico que exaltaba el sentimiento postergando a la razón y a la moral pues las consideraba limitantes de la libertad de acción.

Si los primeros modernos volvieron sus ojos a los clásicos de la antigüedad, es válido preguntarse sobre la presencia del mundo clásico en la concepción actual de la sociedad y de la persona humana. Los clásicos de la antigüedad quizá tengan poco que aportar sobre el progreso tecnológico, aunque sí mucho sobre la calidad de ser persona. Eso es ética. Se es mejor persona en la medida que los actos humanos tengan calidad ética. Entonces, la moral será la medida de lo humano.

No obstante, ésta no sería la concepción de modernidad imperante en la sociedad peruana del presente. Hoy las normas y las virtudes tienden a hacerse relativas, sobrevalorando el deseo del individuo. Existe una pretensión de crear un nuevo orden moral, contrapuesto incluso a la propia naturaleza humana. Importaría el fin y no los medios.

Esta sobrevaloración del deseo del individuo no es nueva, los románticos también intentaron hacer lo mismo. Los nombres cambian. A este intento podemos llamarle “liberalismo”; curiosamente, el modo de acción es el mismo: sobrevalorar el apetito individual.  El resultado conducirá a la ausencia de norma, a la crisis, al caos, nunca al progreso y al crecimiento personal.

Los resultados van más allá de la fantasía. Si muchos individuos tienen diversos deseos y carecen de norma ética que les induzca a auto regularse, la sociedad se vuelca al caos y será difícil procurar el progreso económico para todos.  Cuando una sociedad no es capaz de crecer económicamente y las aspiraciones materiales crecen, se produce un decrecimiento de las expectativas que puede conducir al fracaso como sociedad.

La fortaleza ética de una sociedad puede constituirse en una ventaja para alcanzar el éxito económico de un país.  Quizá por este motivo sean tan importantes estos rankings sobre la corrupción en los cuales el Perú no ocupa un lugar preferente.

Hacer negocios en el Perú todavía requiere de un impulso ético. La ética social se mantiene únicamente con la moralidad de cada uno de los individuos. En este sentido, volver a los conceptos clásicos de siempre nos puede resultar de mucha utilidad. El fin jamás puede justificar los medios. Un fin bueno sólo puede alcanzarse con medios buenos.  Esta visión tan clara, sólo se puede observar con absoluta nitidez cuando los conceptos y la ética son absolutos y no relativos.

¿Perú, país moderno? ¿Cuál es el signo de la modernidad? Indudablemente el progreso material. Sin embargo, el ser humano no es sólo materia, es también espíritu. Es un espíritu que quiere ser feliz, que busca la felicidad como un bien personal, como algo propio que quiere participar a los demás. Nadie es feliz encerrándose en sí mismo. ¿En qué consistirá entonces la felicidad?

En principio, en alcanzar sus fines como persona: vivir una vida digna, gozar de su propia vida, mejorar a los suyos, hacer felices a los demás.

Luego, la felicidad consiste en construir un orden social que mejore al ser humano.

¿Acaso la modernidad en el Perú ha permitido construir un país de felicidad?  Con sinceridad esto no ocurre. Más aún, es posible que el crecimiento económico que las ideas llamadas modernas hayan traído a nuestra patria, no estén beneficiando a la mayoría de los peruanos. Para alcanzar un beneficio económico familiar, tanto el padre como la madre de familia deben buscar el sustento diario, más allá de las ocho horas diarias. En la práctica, deben permanecer mucho más tiempo en trabajo, fuera de la casa. Los hijos crecen al cuidado de otras personas.
La calidad de vida familiar puede deteriorarse y las familias tienden a disgregarse.

La modernidad en el Perú puede haber traído progreso económico, pero los males sociales también han crecido. Drogadicción, vagancia, delincuencia, tienen una explicación y la causa puede estar en la ausencia de crianza familiar, de las enseñanzas de los padres.
  
La felicidad sólo se logra trascendiendo a los demás, empezando por la propia familia.

Las acciones más gratificantes son aquellas que requieren de esfuerzo para conseguirlas.

No obstante, observamos un desmedido interés por aquello que resulta de utilidad técnica y se confunde la búsqueda de la felicidad por la satisfacción del consumo. ¿Cuál es el origen de todo esto? Desde nuestro modesto punto de vista la sociedad actual ha olvidado la ética personal. La moderación, la virtud, el justo medio. Por eso, vivir la modernidad    quizá resulte más interesante, y más humano, volviendo a las enseñanzas que los primeros “moderni” vieron en los clásicos de la antigüedad y en la ética que los sustentaron.